¿Qué es la felicidad? ¿En qué consiste ese anhelo tan humano? ¿Puede alguien decir que es plenamente
feliz? ¿Puede hablarse de una sociedad
feliz o de índices de felicidad en un país?
Hoy este tema es reiterativo cuando
se habla de bienestar, de calidad de vida y de grados de satisfacción de las
personas. Al mismo tiempo, es una
inquietud que se levanta de modo invisible aun cuando nadie la invoque. Es parte de la reflexión individual y
comunitaria, siendo quizás el tema que más desafíos y expectativas genera.
¿Se puede alcanzar la felicidad
personal, social o familiar?
Las grandes reflexiones nos
indican que el crecimiento económico ya no es suficiente para la satisfacción
de las personas. Los países con mayor
PIB no necesariamente son los más felices.
Hoy pareciera que estamos
redescubriendo una nueva mirada de la felicidad, donde ya no se la puede reducir
al placer y la obtención de bienes materiales, porque éstos no satisfacen las
exigencias hondas e íntimas de todo ser humano.
Es así que aflora la dimensión afectiva, tema que abre todo un camino de
desarrollo y plenitud que hasta ahora ha sido de menor relevancia en el
análisis de la felicidad humana.
¿Quién puede lograr sentirse
feliz si no se siente valorado por los demás?
¿Quién está exento de la necesidad de afecto desde la primera infancia
hasta los últimos días de la vida? ¿Cómo
se puede ser feliz sin el cultivo de emociones positivas en la propia
existencia?
Al mismo tiempo, no podemos dejar
de lado en el análisis de la felicidad otra dimensión fundamental que es la
trascendente, aquella que implica la capacidad de salir de sí para ir al
encuentro del otro, de generar vínculos significativos y comunitarios.
Por ello, una sociedad que
promueve la felicidad debe favorecer el desarrollo del ser humano con vínculos
de calidad.
No es casual que los vínculos
sean tan importantes. Aquellas personas
que tienen un fuerte sentido de la presencia de los otros en su vida, quienes
hacen de ella una continua conversación, están más satisfechos. Las personas felices, junto con tener
resueltas sus necesidades básicas, cultivan una actitud positiva y hacen de su
vida una tarea compartida, no enfrentan solos el desafío de vivir.
El hombre actual intuye que el individualismo
no hace más que abortar su propio proyecto personal, que la trascendencia al
otro es su propia felicidad y eso supone la conquista del ser. En este contexto la propuesta es mirar la
vida como una red social real, no una virtual.
Todos tenemos la posibilidad de generar vínculos de calidad, vínculos
reales……de personas que se miran unas a otras.
Se pueden intentar muchas
definiciones de felicidad, pero finalmente siempre llegamos a un común
denominador: el poder gestar vínculos
significativos y estables en el tiempo.
Así lo dicen los estudios, pero también lo dice nuestra experiencia
personal, ya que sentimos a diario el anhelo íntimo de estar en compañía.
Las personas vivimos unas a otras
y en este camino y encuentro es donde se producen las más altas
transfiguraciones personales. Este tipo
de vínculos se dan esencialmente en la familia, lugar de incondicionalidad,
acogimiento y entrega.
Dadas nuestras limitaciones no
podemos pretender que estos vínculos se den de manera espontánea, sin esfuerzo
ni trabajo. De allí la importancia de la
familia como cuna y escuela de las relaciones humanas.
Pareciera entonces que un
ingrediente sustancial para la felicidad es la actitud personal. De hecho, el psicólogo y escritor Martin
Seligman expone que el componente genético en la felicidad es del 50%, que las
circunstancias aportan el 10% y que el otro 40% estaría dado por una actitud
personal frente a la vida. Estas cifras
nos muestran nuevos elementos que hemos de tener presentes cuando evaluamos
nuestro propio estado de insatisfacción:
¿cuántas veces hemos culpado a nuestros padres, a la sociedad en que
vivimos, a los tiempos, en fin, a las múltiples situaciones que alguna vez nos
han interferido?
No se puede seguir mirando la
felicidad solo como una meta lejana a alcanzar.
No consiste en ese día en que tenga a los hijos bien educados o la
relación de pareja sea perfecta, sino que es el modo cómo hacemos el viaje de
la vida que tiene un gran mapa central:
LA CALIDAD DE LOS ENCUENTROS Y VÍNCULOS PERSONALES.
No nos vaya a suceder que estemos
subvalorando la importancia del día a día, el camino, el estar, el saber estar
con otros.
Alcanzar la felicidad es el viaje
de la vida, que requiere de proyecto, sentido, acompañamiento, decisión y
aprendizaje.
FUENTE: Marcos Otazo Sepúlveda y adaptación de
“Familia y Felicidad”, Carolina Dell’ Oro y otras autoras.